VELOS Y SUEÑOS
Amina
tiene los ojos negros y grandes, unos ojos que invitan a mirarlos,
inspeccionarlos, inconmensurables, misteriosos. Como si detrás de ellos
existieran historias mágicas de ensueño dignas de ser contadas por Sherezade.
Me
asomé a ellos en un alarde por comprender y caí en un profundo trance en el que
centenares de pañuelos de colores mecieron mi cuerpo ingrávido que de pronto
había sido hipnotizado por un susurro de Sherezade.
—¿Por
qué lleváis ese pañuelo en la cabeza?—le pregunté. Reconozco que en aquel sueño
ínfimo de pañuelos ondeantes creí ver mujeres con el pelo suelto y por ello
creí que eran libres.
—Es
nuestra cultura, nos gusta, nos sentimos bien con él.
Amina,
me contó que estaba divorciada de un hombre marroquí y tuvo que huir a España en
busca de una vida mejor. Que el matrimonio le había resultado algo pesado y
doloroso. Al oír su historia le pregunté.
—Entonces…si
te enamoras de un hombre occidental quizá no le guste que lleves el pañuelo.
Ella
me miró otra vez con sus ojos como pozos y de manera espontanea y grácil me
respondió.
—Ningún
hombre me dirá lo que debo llevar o no.
Aquello
traspasó mi mente como un rayo bélico en mitad de una tormenta. Yo, que me
creía libre y muy occidental le había hecho una pregunta que luego resultó ser
estúpida.
Entonces
me miré a mí, a una mujer de cuarenta años que creía conocer la verdad y pensé
que quizá yo también llevaba un velo, pero no en la cabeza como miles de
mujeres árabes, sino en los ojos. Mi cultura me impone depilarme, teñirme,
conservar la línea…y un largo etcétera que abruma. ¿Y la felicidad? ¿Hay alguna
cultura que nos enseñe a ser felices?
Salí
de aquel sueño encantado con una moraleja, la verdad no es un concepto único y
nuestro, es un pañuelo etéreo y voluble que cambia según como lo miremos.